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Entre luces y sombras

LesLumie-resdeTyr-couvEl lunes por la mañana pones el microondas y salta el automático. Te vistes de mala gana y bajas los cuatro pisos andando para salir hasta la calle, donde está el cuadro de mandos. El miércoles por la noche enchufas el secador y salta el automático. A tientas buscas el móvil para utilizar la linterna y te vistes de mala gana para bajar los cuatro pisos andando y solucionar el problema. El sábado pones la lavadora y salta el automático. Te parece raro porque es la primera vez que pasa. No hace falta que te vistas porque ya estás vestida, así que bajas los cuatro pisos andando y subes el automático que, juguetón, se vuelve a bajar automáticamente. Lo intentas varias veces, pero el chirimbolo de plástico se te resiste. Subes los cuatro pisos andando y buscas el culpable. Desenchufas el frigorífico y vuelves a bajar los cuatro pisos andando. El automático sigue de capa caída y se niega a mantener la cabeza alta. Vuelves a subir los cuatro pisos andando y juegas a los detectives. Desenchufas el agua caliente y vuelves a bajar las escaleras cagándote en la madre que parió a esos mamones chicharreros que te están chingando la existencia**. Parece que el automático se decide a colaborar. Subes los cuatro pisos en ascensor, faltando a tus principios, y te miras la cara de mala hostia en el espejo.

Seis meses más tarde ya te has hecho amiga de la bruja avería que te ha chivado a cuántos amperios tiene derecho tu piso. Has aprendido a enchufar y desenchufar lo necesario. Ya no te sorprende quedarte a oscuras a las seis de la tarde, y esperas paciente que dentro de unos segundos, o unos minutos, el grupo electrógeno cumpla su función. A veces te sonríes pensando en los protagonistas de “Las luces de Tyr”, la historia ficticia de un grupo de niños que por la noche se vestía de superhéroes para subir los automáticos del vecindario durante la guerra civil libanesa. Y hasta te has bajado la aplicación del móvil que te avisa de a qué hora cortarán la electricidad ese día para poder hacer tus cálculos y asegurarte de que tu compañera de piso no se ha vuelto a dejar el microondas enchufado. Qué orgulloso está el gobierno de esta aplicación, bromea una amiga. Ya podían hacer una para avisar cuándo pondrán la próxima bomba. Y me río con ganas aunque en seis meses todavía no me haya acostumbrado a ellas.

- Lo que yo te diga, Mohammed, sólo hay que organizarse. Es una verdadera misión para salvar el Líbano, le gente no tiene por qué bajar y subir la seis pisos en plena noche. En cuanto haya un corte de electricidad, nosotros estaremos preparados para restaurar la energía.  ¿Entiendes? - Creo que sí…

– Lo que yo te diga, Mohammed, sólo hay que organizarse.
Es una verdadera misión para salvar el Líbano, le gente no tiene por qué bajar y subir seis pisos en plena noche.
En cuanto haya un corte de electricidad, nosotros estaremos preparados para restaurar la energía.
¿Entiendes?
– Creo que sí…

¡Feliz 2014!

** Albert Pla

Músicas del mundo: Fode Baro

Permitidme que sueñe un rato. Aquí, en mi balcón. Antes de irme a la cama. Entre el zumbido del generador, el rugido de motores rabiosos, las conversaciones a gritos del vendedor de periódicos cuatro pisos más abajo y el canon de bocinas desafinadas. Se agradece que hoy no haya fuegos artificiales. Ni petardos. Hay días que estoy tan cansada que no tengo paciencia para tanta contaminación sonora. Hay días en que tengo mis instintos asesinos a flor de piel. Son esos días en los que aprovecho para imaginarme Michael Douglas en la película «Un día de furia» y sonreír para mis adentros.

No voy a tardar en irme a la cama. Las semanas de trabajo aquí son intensas. Se confunden las unas con las otras. Día y noche. Interminables. No acabo de acostumbrarme a que pasen los días sin vivirlos. A que las noches sean tan cortas. A no poder dominar mis sueños cuando duermo. A despertarme antes de que suene el despertador. A que todos los días sean iguales. Aunque distintos.

Me muero de sueño. Por eso quiero, antes de dormirme, soñar durante cuatro minutos y treinta y cuatro segundos. Estoy en Laï bailando souk, entre Gala y Gala, la cerveza del lugar, en la única discoteca del pueblo: El Abrevadero (nombre que me sigue divirtiendo tanto como la primera vez que lo escuché); donde los baños no tienen ni váter ni puertas. Mis amigos chadianos me regañan cariñosamente porque dicen que bailo mucho. Que hay que hacer una pausa entre canción  y canción. Cada dos como mucho. Para descansar. Porque es lo que hace todo el mundo. Pero yo no quiero hacer lo que todo el mundo. Yo no quiero parar. Quiero bailar toda la noche…

… Y no, no me siento nostálgica. No tengo tiempo.

“La música es el verdadero lenguaje universal.”
Carl Maria von Weber (1786-1826) Compositor alemán.

Músicas del mundo: el primer viernes de cada mes.

PD. Gracias a Libelia, Danny Brown y a Rosa por nominarme al Liebster Award.  Lo acepto con gusto pero no podré seguir la cadena por falta de tiempo…

Yo quería hablaros de la playa, no de muertos

Hoy quería hablaros de playas, pero los muertos me persiguen. Quería hablaros del color de las olas y las risas de los bañistas, pero los gritos de dolor son más fuertes.  Quería hablaros de los que se echan vaselina para broncearse, no de familias rotas.

En poco más de una semana casi 100 personas han perdido la vida en el Líbano. Primero la semana pasada, en un atentado al sur de Beirut, en zona controlada por Hezbolá (chiítas), y ayer viernes en Trípoli, dos bombas explotaron con menos de dos minutos de diferencia cerca de dos mezquitas sunitas. Entre una y otras, 4 cohetes fueron lanzados desde el sur del Líbano a Israel, que respondía al día siguiente bombardeando un edificio palestino. Las medidas de seguridad se han acentuado, incluyendo la multiplicación de puntos de seguridad que hace muy pesado desplazarse a ciertas zonas.

Ayer el barrio de Hamra (uno de los sitios de copas de Beirut) estaba desalmado. La gente tiene miedo. Las heridas de las distintas guerras y conflictos están aún por cicatrizar. Quince años de guerra civil (1975-1990); los 16 días de 2006 que duró el pulso entre Hezbolá e Israel durante la operación «uvas de la ira», unos lanzando cohetes y otros bombardeando; el conflicto en 2007 de Nahr al-Bared, campo de refugiados palestinos, donde se libró la batalla entre la armada libanesa y el grupo Fatah al-Islam (sunitas). Más los atentados que han ido carcomiendo la esperanza de muchos, como el asesinato de Rafik Hariri (primer ministro del país) en el 2005.

Beirut

La opinión internacional está ocupada con el uso de armas químicas en Siria (cuya veracidad ha sido confirmada hace un rato por MSF), que se disputa los titulares con las protestas a favor de los Hermanos Musulmanes en Egipto. Mientras tanto, analistas libaneses hablan de guerra civil. Dicen que lo que pasó ayer en Trípoli les recuerda el principio de aquellos años negros. Ojalá se equivoquen.

Para una extranjera como yo, es fácil mantenerse al margen de la polarización social que caracteriza a este país, los elementos desestabilizadores e intereses financiados por oportunistas extranjeros (Irán, Qatar, Arabia Saudí, Israel), o la política que apenas entiendo. Sólo tengo que dejar de leer y hacer preguntas (de hecho, hay mucha información que no me llega por no hablar árabe). Son muchos los que han elegido esta opción. «Hace tiempo que dejé de ver la tele», me decía una compañera de trabajo, «estoy cansada de oír siempre lo mismo». «Lo que tenga que pasar, pasará», me decía otra amiga libanesa, «yo no puedo hacer nada por evitarlo.»

Me resulta difícil mantenerme al margen de lo que aquí está pasando, aunque no entienda ni papa de política, y mucho menos de religión. Así que mientras intento deshacer esta madeja, seguiré yendo los domingos a la playa, aunque no tenga ocasión para contároslo. Pero no te preocupes, mamá, que tendré cuidado ahí fuera.

El yo que nunca fui ni espero ser

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Hace unos días recibí un mensaje de Gmail diciendo que alguien desde Japón había intentando entrar en mi cuenta de correo. Me obligaba a cambiar mi contraseña por motivos de seguridad. Estoy segura que el cotilla o la cotilla que intentó acceder a mi vida personal no se encontraba en Japón (o igual sí y por eso falló en el intento). Lo más probable es que hubiera pinchado otra dirección IP para no ser descubierto/a. Yo voto por un chino o una china, que hay muchos, odian a los japos y son tirando a listos. Aunque poco importa el quién y desde dónde.

Supongo que tener un blog personal hace difícil defender el argumento de que soy una persona privada. Y, a decir verdad, me da igual que alguien pierda el tiempo leyendo el correo que le mandé a mi hermana pidiéndole un listado de recetas, o el que recibí de Camille preguntándome qué podía traer al Líbano, o la conversación entre Chris y yo para ver cuándo podemos ponernos al día por Skype. Hasta casi casi me da igual que hubieran podido leer mis correos menos superficiales en los que hablo de mis sentimientos (increíble, pero cierto) con una de mis escasas confidentes.

Sin embargo, lo que ya me da menos igual es que el personaje en cuestión hubiera podido acceder a mi lista de contactos con nombres, direcciones, teléfonos, fechas de nacimiento… y a mi disco virtual, que tan amablemente Google pone a disposición de sus clientes de Gmail, donde hay una copia de mis títulos, pasaporte actualizado, certificado de nacimiento, y otros documentos que siempre tengo que presentar con cada nuevo contrato, y que no me gusta echar en la maleta. Por comodidad y por seguridad (!).

¿Os dais cuenta de lo fácil que es robar una identidad hoy día? ¿De todas las cosas que se pueden hacer con una identidad falsa? Como si no hubiera suficiente gente en el mundo. En el real. Y en el virtual. Todavía los hay que se dedican a crear yoes y tues nuevos. Y no sólo para mandar a todos tus contactos correos infectados de virus malolientes. Bastante tiene una con su vida como para tener que preocuparse de la vida de una misma creada e impuesta por los demás. Sobre todo si no sabes que existes ni cuál es tu circunstancia.

 

El día en que Gmail me pidió que cambiara mi contraseña me sentí muy vulnerable. Así que decidí extremar las precauciones y cambiarle también de paso la contraseña a mi corazón. Parece ser que en los últimos meses alguien había estado intentado entrar. Ver para creer.

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(c) Fotos cortesía de Internet.

Me gusta… no me gusta…

Me gusta el cosquilleo que produce la incertidumbre de un nuevo destino en la punta de los dedos de los pies. No me gusta no saber si algún día volveré. Me gusta viajar. No me gustan los aeropuertos. Me gustan las raras ocasiones en las que estoy al otro lado. Expectante. Y mis pupilas te buscan ansiosas entre la multitud. No me gusta ser yo la que siempre se va. Me gusta observar como la gente se recibe. Si se abrazan. Si se besan. Si lloran. Si el uno corre en busca del encuentro del otro. Impacientes. No me gusta que me observen. Me gusta emocionarme con los sentimientos ajenos. No me gustan las bienvenidas frías. Las medias sonrisas. Las tristes palmadas en la espalda. Me gusta jugar a adivinar de dónde vienen los recién llegados pasajeros. Si volaron por trabajo. O por placer. O acaso por amor. Me gustan los reencuentros. No me gustan las despedidas. Ni los finales.

Me gusta… no me gusta… tema propuesto por nuestro querido Miguel aquí.

Próxima estación: el Líbano

Beirut desde el cielo

Beirut desde el cielo

A veces pienso en lo cansada que estoy de pasarme la vida de aquí para allá. En cuánto me gustaría dejar las maletas en algún sitio (donde sea) para no volverlas a hacer. En sacar mis libros de las cajas donde llevan años guardados y ponerlos en una estantería de madera vieja que me recuerde los que no leí y los que nunca tuve tiempo de releer. Pienso en cómo me gustaría poder tener toda mi ropa colgada, sin restricciones de peso. En lo que a veces echo de menos vestirme como me gusta, y no como me imponen las normas sociales.

A veces pienso en lo que me aburren las conversaciones por primera vez. Responder a las mismas preguntas una y otra vez. Quedarme en lo superficial. Pienso en lo bonito que sería poder marcar un número de teléfono de un alma amiga y salir a tomar café. O limonada con menta. O hasta una cerveza. Para charlar sobre el olor a mar o el sabor del viento. O para airear nuestros pensamientos en el balcón. Estarse (sí, estarse, que sentirme ya lo hago a menudo) cerca de las personas a las que amo.

A veces.

Sólo a veces.

Beirut desde mi balcón

Beirut desde mi balcón

El resto del tiempo pienso en cuánto me gusta viajar y descubrir sitios nuevos. Sueño con cuál será mi próximo destino. Cómo será la gente allí. Si me gustará la comida del lugar. Si habrá parques. Si el trabajo me dejará tiempo para pasear. Y para leer. Y para poder escuchar lo que pienso. Si tendré una casa luminosa y una buena conexión a internet. Si habrá un lugar para mí entre tanta gente. Y entonces abro mucho los ojos mientras descubro mi barrio por primera vez. E intento acostumbrarme al ruido de las calles. Y al calor de por las noches. Y me despierto muriéndome de ganas por explorar los miles de universos que este país me ofrece; y por emprender el camino hacia el desaprendizaje. Una vez más.

¿Propinilla? No, gracias

«Perdona mi impertinencia pero si no te lo pregunto reviento… ¿Por qué no le diste una propinilla?» La pregunta me la lanzó Nieves, pero seguro que a más de uno también se le pasó por la cabeza al leer mi entrada sobre la bicicleta de madera en Ruanda. La pregunta es de todo menos impertinente, así que he decidido contestarte con una entrada, porque si no el comentario me iba a quedar muy largo.

*** Advertencia: ¡ladrillo vaaa! ***

Lo de dar dinero por dar, nunca me ha parecido muy buena idea. Creo que la persona a la que se le da dinero tiene que merecérselo de alguna manera. De lo contrario, se crearán hábitos y costumbres perjudiciales. La caridad puede hacer mucho daño, aunque nazca de las buenas intenciones. Yo le doy propina al músico que toca en la calle, o en el metro, pero no a la señora que se sienta en la Gran Vía de Madrid extendiendo la mano a los transeúntes y con un cartel que reza «soy viuda y mi marido está en paro» (verídico). Y me indigno cuando la sociedad da limosna a las personas con minusvalía, haciéndolas inútiles cuando no lo son, y no hace nada por empoderarlas e integrarlas en la sociedad, para que tengan una vida digna.

Estos niños me pidieron que les echaran una foto pero no me pidieron dinero por ello.

Estos niños me pidieron que les echaran una foto pero no me pidieron dinero por ello.

La mayoría de las veces llevamos a cabo actos de caridad sin pensar en las consecuencias (sólo en que nos sentiremos mejor haciéndolo). Tengo clavada en las pupilas la imagen de un señor al que le faltaban ambas extremidades en el centro de Addis Abeba, acostado sobre un cartón lleno de monedas. ¿Cómo había llegado hasta allí si no tenía piernas para caminar? ¿Cómo recogería aquellas monedas si le faltaban los brazos? Concluí (puede que por equivocación) que alguien tenía que haberlo llevado hasta allí y que seguramente ese alguien (o alguienes) se estaba aprovechando de su minusvalía para luego quedarse con ese dinero que a él le daban.

En los países del sur global, dar dinero (o caramelos, o bolígrafos, o lo que sea) sin motivo crea expectativas, pero sobre todo hábitos. Os lo contaba en la historia de La niña Kabalaye. ¿Alguno de vosotros le daría una propina a alguien que os mostró el camino cuando estabais perdidos? Si no lo hago en mi país, ¿por qué tengo que hacerlo cuando voy fuera? Recuerdo que una vez, en Londres, un par de japonesas me regalaron un cuaderno de notas cuando las llevé hasta la parada de autobús que andaban buscando, a pesar de mis vanos intentos por recharzarlo. Todavía me sonrío cuando lo pienso.

Estos señores me pidieron si podían hacerse una foto conmigo y nunca se ofrecieron a pagarme nada por ello.

Estos señores me pidieron si podían hacerse una foto conmigo y nunca se ofrecieron a pagarme nada por ello.

¿Le daríais una propina a alguien cuyo corte de pelo te gusta y se deja fotografiar para que luego te lo pueda hacer tu peluquero/a? ¿Y crees que la otra persona se deja fotografiar porque espera unas monedas a cambio? ¿Entonces porque tenemos tendencia a hacerlo cuando vamos de vacaciones a ciertos países? ¿Porque son pobres-pobrecitos? Lo único que conseguimos es generar en esas personas (niños y no tan niños) conductas dañinas, y que cada vez que vean a un extranjero extiendan la mano, o vayan hacia él o ella para pedirle, aunque no lo necesiten. Si te piden dinero y les dices que no, te piden un bolígrafo. El caso es pedir. Que a mí me han llegado a pedir por la calle un ordenador portátil y una cámara digital. O, si no, te piden que les hagas una foto para luego pedirte propina. Y, por desgracia, estas prácticas de dar por dar han cambiado, entre otras muchas cosa, el concepto y el motivo de las relaciones extranjero-autóctono radicalmente; rodeando su amistad, si es que surge entre los mismos, de una cortina de duda sobre la sinceridad de la misma.

Por eso no le di propina al niño, Nieves. Porque le pedimos permiso para hacerle la foto. Y porque una foto no es motivo de propina. Ni de limosna. La foto de aquí abajo la tomamos después de charlar con estos niños un rato. Le pedimos que si nos podíamos hacer una foto con ellos y accedieron gustosos. Cuando terminamos, uno de ellos nos pidió dinero, y el más mayor le dio un cachete y le dijo «¡no!». A mí me alegró ver que hay otra gente que comparte mi punto de vista. Sobre todo en un país como Ruanda, que intenta alejarse de los topicazos africanos y donde todavía se puede andar por la calle tranquila sin que los hombres te acosen ni nadie venga a pedirte dinero. No lo estropeemos. Que volver atrás sería muy complicado.

Kibuye

Los siete pecados capitales de la lectura

Los siete pecados capitales de la lectura

Desde Avernolandia me llegan gritos de pecadora. No seré yo quien tire la primera piedra (yo sólo tiro toallas), así que asumo mi culpa con resignación y confieso mis siete pecados capitales de la lectura. Gracias, Nieves, por condenarme al infierno. Me han dicho que es donde mejor se está.

Avaricia: ¿cuál es tu libro más caro y el más barato?

Pawel KuczynskiAunque me encanta leer, soy bastante tacaña cuando se trata de gastarme los dineros en libros. Soy de las que tienen un millón de carnés de biblioteca en el bolso y las visita todas porque lo que no se encuentra en una, se encuentra en otra. Estoy mejorando con los años y ahora aprovecho mi paso por distintos países para comprar literatura nacional difícil de conseguir fuera de las fronteras de los mismos.

Si descarto diccionarios y libros de texto, creo que el libro más caro que me he comprado nunca (o, por lo menos, últimamente) fue «Memoria de unos ojos pintados» de Luis Llach, recomendado por La Librería de CheloPawel KuczynskiMe costó unos 25 euros y me pareció bastante caro. Los libros más baratos que he comprado nunca fue durante mi época de estudiante; aquéllos que recogí del mercado de Toulouse cuando, al desmontarlo, dejaban el suelo cubierto de verduras y libros que ellos mismos consideraban no aptos para la venta. También he comprado muchos libros a menos de diez céntimos de euro en tiendas de la caridad de Reino Unido y tiendas de segunda mano en Francia.

Ira: ¿con qué autor tienes una relación amor-odio?Pawel Kuczynski

Vargas Llosa. No soporto su prepotencia y, aunque no me gusta todo lo que he leído de él, reconozco que escribe bien. Con Pérez-Reverte me pasa algo parecido. Creo que ambos tienen un ego demasiado grande.

Gula: ¿qué libro te devoras una vez tras Pawel Kuczynskiotra?

Hoy día, sólo releo poemas. Tengo demasiados libros pendientes y poco tiempo para leer. Libros que releí de adolescente: Love Story, El club de los poetas muertos y Mi planta de naranja lima.

Pereza: ¿Qué libro no has leído por flojera? Pawel Kuczynski

Muchos, pero no por flojera sino porque no me enganchaban. He intentado leer un par de veces Rayuela, de Cortázar, pero lo encuentro insufrible. Es de esos libros con pasajes magníficos pero que no soy capaz de leer de un tirón. Tampoco he conseguido acabar ninguno de Sartre ni Harry Potter.

Orgullo: ¿De qué libro hablas para sonar Pawel Kuczynskiintelectual?

Después de haber confesado los libros que releía en mi juventud, es difícil hacerse la intelectual (afortunadamente no he tenido que responder a qué película me tragaba una y otra vez cuando era moza). No hay nada peor que sonar intelectual sin serlo. A evitar.

Lujuria. ¿Qué encuentras atractivo en los personajes femeninos o masculinos?

La inteligencia, supongo. Nunca me he parado a pensarlo. De hecho, ahora mismo, no me viene a la mente ningún personaje de libro que me haya parecido atractivo. O igual es que no entiendo bien la pregunta.

Envidia: ¿Qué libro te gustaría recibir cómo regalo?Pawel Kuczynski

Yo nunca le haría ascos a ningún libro, y menos si es regalado, así que no dudes en ponerte en contacto conmigo si tienes alguno en mente.

Estos son mis siete pecadores (el orden de los factores no altera el producto, aunque no cuadren las cuentas):

La librería de Chelo, porque no nominarla sería pecado.

Chocolate Bailable, porque quiero saber que lee una mente tan creativa.

Mi cuarto de atrás, porque me encanta su estilo y me gustaría saber de dónde se nutre.

Cuadernos de todo, porque Paula es una lectora empedernida con un Pawel Kuczynskigusto exquisito por la literatura.

Una cabeza sembrada, porque es una fuente inagotable de sabiduría y quiero saber más sobre sus hábitos de lectura.

Viviendo en Fedora, porque sus cuentos chinos me tienen enamorada (y muerta de envidia, todo sea dicho de paso).

Desafectos, porque me he resistido a descubrirle durante mucho tiempo y ahora quiero que me cuente más.

Non perfect. El blog imperfecto, porque no quiero que hoy me regale una rosa sino un libro.

¡Feliz Día del Libro! ¡Feliç Sant Jordi!

Pawel KuczynskiImágenes de Pawel Kuczynski (c)

Nyamasheke

Ishara Beach HotelTodos se rieron cuando les dije que había pasado el fin de semana en Nyamasheke. ¡Pero si allí no hay turistas! – exclamaron. Pues por eso – respondí yo. Más risas. Mi misión aquí en Ruanda está siendo mucho más estresante de lo que esperaba. Mucho trabajo y poco tiempo, condimentado con unas cuantas frustraciones, resumen a grandes líneas mi vida laboral en estos momentos. El otro día pensaba que éste está siendo uno de los trabajos más dolorosos que he tenido nunca. Cada minuto que pasa es como un alfiler que se clava bajo las uñas. Sé que parte de la culpa la tiene el cansancio acumulado. Y por el bien de la humanidad, espero poder tomarme unas vacaciones cuando termine esta misión.Lago Kivu

Precisamente por el bien de la humanidad y mi propia salud mental, últimamente sólo quiero estar conmigo misma. Para pensar. Para ordenar todos estos sentimientos contradictorios a los que me veo obligada a hacer frente. Para relajarme. Para recordar las razones por las que haber venido hasta aquí merece la pena. Para poder escuchar lo que pienso. Para desconectar. Sobre todo para desconectar. Y Nyamasheke, un sitio que no aparece en las guías de viaje (al menos no en las que yo tengo a mano), a orillas del lago Kivu, me pareció el sitio perfecto para reunirme conmigo misma.

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Los turistas prefieren ir a Rubavu (antiguo Gisenyi, la otra cara de Goma) o Karongi (Kibuye antes del cambio de nombre). Habiendo estado en Karongi el fin de semana pasado, después de haber visitado Nyamesheke, sigo quedándome con mi primera elección. Por sus vistas al lago. Por su tranquilidad. Por su encanto. Por el paseo entre las casas de alrededor, con gusto a nostalgia. Nostalgia del Chad. Paseo que me hizo recordar lo que me estoy perdiendo (lo que me perdí en otros sitios, como Etiopia) por vivir (haber vivido) en la capital, donde el contacto con los lugareños se limita al contacto con los compañeros de trabajo. Frío. Distante. A veces hasta obligado.

Lago Kivu

Nyamasheke me regaló la ilusión de creerme en un lugar perdido en el mundo. Atardeceres donde la luz va pintando paulatinamente los campos de distintos verdes. El silencio roto de la naturaleza (pude contar hasta seis sonidos diferentes, lo que me hizo pensar en lo poco acostumbrada que estoy a agudizar el oído). Un cielo cosido de estrellas. Un lago salpicado de luces (el amanecer me chivaría que eran las barcas de los pescadores que faenaban). Un relámpago que iluminó mi cuarto y me despertó en medio de la noche, mientras una tormenta coqueteaba con mi respeto y fascinación y me impedía recuperar el sueño (¿estarían a salvo los pescadores?).

Nyamasheke

En Nyamasheke puede que no haya turistas, pero hay magia. Yo la viví.

Ruanda

Muzungu tú, muzunga yo

“Bienvenida al país de las mil colinas y las mil sonrisas” decía mi pre-visado a pie de página. “Murakaza neza mu Rwanda”, la tarjeta de inmigración. Bienvenida o no, desde anoche soy oficialmente un muzungu (extranjero) en este país. Como hay confianza, me llamaré a mí misma muzunga.

Vistas desde la ventana de mi cuarto en Kigali

Vistas desde la ventana de mi cuarto en Kigali

De momento sólo puedo deciros que he llegado bien y que éstas son las vistas desde la ventana de mi habitación. Estaré de misión de trabajo en Kigali tres meses, hasta finales de mayo, y espero poder hacer algunos malabares para visitar algo del país. Llego en plena época de lluvias y, aunque será más difícil que en otras épocas del año, es posible viajar. Ruanda tiene mucho que ofrecer: bosques ecuatoriales, volcanes, gorilas, chimpancés, varios parques nacionales, lagos y una historia escalofriante. ¡Lo que me va a faltar es tiempo! Y probablemente equipamiento (ya estoy echando de menos mis botas de montaña que decidí dejar en tierra por razones de peso).

El país está haciendo un esfuerzo enorme para superar los acontecimientos de 1994. De entrada, las etiquetas “hutu” y “tutsi”, que no eran más que una imposición colonial, han desaparecido. Ahora todos los habitantes son ruandeses y hablar del genocidio está prohibido. Es un país muy organizado y extremadamente limpio. Repito lo que me han contado, aunque lo poco que vi anoche corrobora esta afirmación. No se pueden entrar bolsas de plástico al país (las confiscan a la llegada) y la conducción me pareció de todo menos caótica.

Espero poder ir descubriendo poco a poco tanto las ventajas como los inconvenientes de vivir en Ruanda. Sin embargo, ya me han advertido que tenga cuidado con lo que hablo y escribo porque las líneas están pinchadas y el servicio secreto ruandés está altamente profesionalizado. Formados por los israelís, no os digo más. Así que seamos discretos (aunque esta primera entrada no lo esté siendo demasiado) y evitemos abusar de las palabras que empiezan por “t”, “h” y “g” en los comentarios.Queremos informarle... Gourevitch

Si alguno está interesado en documentarse sobre este trágico episodio del país, el libro “Queremos informarle de que mañana seremos asesinados junto con nuestras familias” de Philip Gourevitch es una buena introducción. Yo lo leí hace ya algunos años pero me pareció que estaba muy buen estructurado (habla del antes, del durante y un poquito del después, aunque esta parte me supo a poco) de una manera clara y concisa (por lo menos en la versión original).

Y aquí lo dejo, de momento, que voy a ver si hago algo de compra y aprovecho las cuestas de Kigali para endurecer nalgas, que falta me hace.

Antecedentes penales

Cual ha sido mi sorpresa esta mañana cuando, al recoger el certificado de antecedentes penales que me piden para tramitar el permiso de trabajo, he visto que dos delitos manchan mi expediente. Parece ser que fui declarada en rebeldía por no comparecer en el juicio que tuvo lugar en su momento.

Se me acusa de haber roto tres corazones y de haber robado un cuarto. Yo, en un intento de hacer borrón y cuenta nueva, he alegado defensa propia en los primeros y causa de fuerza mayor en el último. La administrativa que llevaba mi caso ha abierto tanto los ojos que las cejas se le han desbordado de las gafas. «¿Está usted pidiéndome que me salte las reglas?» Me ha preguntado en Do mayor, haciéndose la ofendida.

Me pregunto si la República de Ruanda considera los crímenes pasionales razón suficiente para denegar un permiso de trabajo.

Einstein

Amor de madre

Mafaldaylasopa

– ¿Qué vas a cenar?

– Nada. No tengo hambre.

– Pues cena algo.

– Mamá, ya sabes que nunca ceno.

– Tómate aunque sea un vaso de leche.

– No me apetece.

– ¿Y un yogur?

– Que no tengo hambre.

– Son Activia. Los he comprado para ti. Yo sé que tú compras Activia. Pero aquí no hay de higo.

Risas.

– ¿Y una pieza de fruta? He comprado plátanos. Y kiwis. Que se que te gustan.

(Suspiro. Bueno, más bien, bufido)

– También hay cañas de chocolate.

– Mamá, no quiero cenar. No tengo hambre. Nunca ceno. Cada vez que vengo la misma pelea.

– ¿Y te vas a ir a la cama con el estómago vacío? Pues cena algo, mira.

– Mamá, cariño, no te lo tomes como algo personal pero te voy a ignorar.

– ¡Hay que ver qué mala pata tienes!

 

Tres minutos más tarde:

– ¿Te hago unas tostadas?

Las uvas

– ¿Y las uvas?  – me preguntaste. ¿Este año no nos comemos las uvas o qué?

Me dieron ganas de llorar. No había pensado en las uvas. Ni se me había ocurrido que quisieras comértelas. Te habías pasado toda la tarde somnoliento mientras yo alternaba la mirada entre la puerta de la habitación, tu respiración sosegada y la tele, donde ahora estaban dando uno de esos programas de fin de año horteras que no soporto. Justo en el momento en que formulaste tu pregunta los presentadores empezaron a dar las instrucciones. “Que nadie se equivoque en los cuartos” – advirtieron. Se acercaba el momento, y yo no había pensado en las malditas uvas.

– ¡Pues claro! – te contesté con una sonrisa forzada.

Las uvas. ¡Pues claro! Repetí enfadada para mis adentros. ¿Por qué íbamos a saltárnoslas este año? Ya que no estábamos celebrando la Nochevieja, por lo menos que nos comamos las uvas. A ti estas cosas te den igual, so rancia, pero a los demás les hace ilusión.

Me marché pidiendo para mis adentros que por favor les hubieran sobrado uvas de todas las que habían repartido hacía un rato. Todavía no podía creerme que hubiera estado tan baja de reflejos como para no pedirlas antes. Era como si tu dolor me hubiese anestesiado el cerebro.

Regresé a tu cuarto con el tiempo justo para levantarte la cama y erguirte. Me miraste a los ojos y te dediqué una media sonrisa. Había conseguido algunas uvas. La enfermera me las había dado con un “anda queee” cariñoso. Empezaron los cuartos. Esperamos en silencio. Sonó la primera campanada y nos metimos la primera uva en la boca. Sonó la segunda y ya no alcancé a oír el resto. Estaba demasiado concentrada en deshacerme del nudo que tenía en la garganta.

Nos felicitamos el año nuevo. Nos abrazamos. Nos besamos. A falta de champán, me bebí mis lágrimas. No quería que las vieras. Se te veía feliz. ¿Por qué no iba a estarlo yo también? Me preguntaste cuántas me había comido. Creo que te mentí. Nos acabamos las que no sobraron mientras el 2002 se desperezaba. Y ésas fueron las últimas uvas que te comiste.

reloj

¡Por un 2013 lleno de ilusión!

Me quedo

Me quedo con el olor a café recién molido, el molinillo rojo y el sabor del grano que me metía en la boca antes de molértelo. Me quedo con la bofetada que me diste aquel día en que te llamé loca de broma. Me quedo con tus calores y la imagen de tu cuerpo en bragas y sujetador mientras cocinabas con un delantal como único vestido. Me quedo con tus mejillas sonrosadas y el brillo de tus ojos. Con el tintineo de tu risa. Me quedo con tu voz incrédula cuando te llamé aquella vez desde Inglaterra y no me creíste. “¡Mentirosa! ¡Que te oigo aquí al lado!”. Me quedo con tu paciencia para seguirnos las bromas. Me quedo con el amor que nos diste. Con tu bondad. Pero también con tu machismo. Me quedo con tus rarezas. Con las escasas historias que nos contaste sobre la guerra civil. Me quedo con el dolor agudo de los meses en que el abuelo dejó de hablarme porque tú le pusiste en mi contra injustamente.

Me quedo con tu voz de agobio cuando querías hacer algo y no podías porque se te había olvidado cómo hacerlo.”¡Ay, no me acuerdo!” suspirabas. Me quedo con aquella vez que decidí sacarte a pasear. Con lo mala que te pusiste sin parar de vomitar. Me quedo con tu cara amoratada cuando te caíste intentando escapar de las garras de la silla de ruedas, y la risa triste que me entró cuando te pregunté qué te había pasado y me dijiste que te habías caído de la moto. Me quedo con tu mirada perdida. Con aquella vez que te pusimos mirando a la ventana para que cambiaras de vistas y empezaste a gritar: “¡Socorro! ¡Socorro! ¡Sacadme de aquí!” Me quedo con tu expresión de mala hostia. Porque ya no te quedaba otra. Me quedo con el sabor a hogar que me regalaste las navidades pasadas, cuando nos reuniste a todos en el hospital. Con los besos aleatoriamente repartidos.

Y me quedo tranquila porque no me quedó ni un te quiero por decirte, ni un abrazo por darte. Me quedo feliz, aunque no llegara a tiempo a tu entierro, porque sé que te fuiste sabiéndote amada. En silencio. Sin dolor. Plácidamente despacio. Me quedo tranquila, porque como no creo en el cielo te llevo en mi corazón. Pero, sobre todo, me quedo tranquila porque sé que estarás bien acompañada.

Dale un beso y un abrazo al abuelo de mi parte.

En estéreo

¿Que qué? ¿Que me han concedido un premio por guapa y simpática? Tiene que ser una equivocaciIMG_0118ón. ¿Cómo? ¿Que es por versátil? ¡Ah, ya decía yo! Eso sí. A versátil no me gana nadie, y si no, que se lo pregunten a mi jefe, que tan pronto me tiene para un roto que para un descosido. ¿Que de qué trabajo? De editora de textos, de reportera fotográfica, de traductora, de secretaria, de bombera, de comemarrones pero, sobre todo, de esclava. De esclava encantadora. Y esto cuenta como el primer dato sobre mí.

Aquí van los otros seis:

1. Ahora que ya sabéis como me llamo, os diré que mi nombre en hebreo significa “ovejas”. Cachondeitos los justos que una ya ha sufrido los que le tocaba durante su infancia y juventud.

2. En Sidney presencié un robo a mano armada en el banco donde me disponía a activar mi tarjeta de débito. Tardé años en contárselo a mi familia. Más que nada para que mi madre no me castigara sin salir al extranjero.

3. Trabajé de árbitro de baloncesto desde los quince hasta los veinticuatro. Me pagué un montón de “caprichos” gracias a este currele. Pero, lo mejor de todo, es que no tengo ni idea de jugar al baloncesto.

4. Tengo fama de tener mala suerte. Si hay alguna posibilidad de que la tostada caiga por el lado de la mantequilla, en mi caso, también le hará un agujero al suelo.

5. Mi hermana dice que tengo la mente demasiado abierta y que me visto fatal.

6. Alguno pensará que soy una maleducada y una egocéntrica porque he empezado esta entrada hablando de mí en vez de agradeciendo el premio. Lo que pasa es que soy un poco rebelde y odio que me digan lo que tengo que hacer.

clip_image002Pero de desagradecida, nada. ¿O no habéis visto la cara de felicidad que se me ha quedado desde que supe que los Reyes Magos habían pasado por mi casa?

Y es que ser nominada por blogueros de la talla de Inma o Jorge, es para que mi madre vaya pavoneándose de orgullo por el pueblo. Sí, mamá. Te doy permiso. Y también me han nominado aclip_image001l del blog encantador. No, de serpientes, no. ¡Mala! ¡Gracias Dervish Imagespor incluirme en tu lista!

Como recojo dos premios, me corresponden 22 nominaciones (15 por The One Lovely Blog y 7 por The Versatile Blog). Y como no quiero peleas en mi blog y una se siente hoy generosa, todos los nombrados más abajo reciben los dos premios, los mismos que acabo de aceptar yo. ¡Sepamos quién manda! Voy a agruparlos por categorías sin explicaciones (si no voy a estar aquí hasta mañana). Se me perdona, ¿no?

(El orden de los factores no altera el producto)

Categoría tienes más cuento que Calleja

Asquerosamente sano

Alterfines

Nosoloimpulsos

Theory of Ghosts

Entre el olvido y la memoria

El blog de Joaquín Sarabia

Jorge Moreno

Un sorbo de café

Casa Azar

Crónicas de la Ciudad Dormida

Categoría culo inquieto

Y así la vida

Los viajes de Saida

Ghaneantes, aviso para

Travelola

Les passengers

Categoría “guay”

La radical Bi

Lenchaholics (os pongo el enlace directo a una de mis entradas preferidas)

Gay files de Luis

Categoría ya está el listo que todo lo sabe

Canal cultur@

Una cabeza sembrada

Categoría vendrán las oscuras golondrinas

Narraciones, versos, prosa y arte, por Danny Brown

El cajón de pandoro

El absurdo reptil

Amarneceres

Libelia

Yolejos (prosa poética)

Categoría qué risa me da cuando me río

Territorio sin dueño

Dessjuest

Categoría mucho abarco y poco aprieto

Femeniname

Diario de un fumador empedernido

Cuardernosdetodo

Nosht

Dotdos

Buscando las coordenadas

Categoría una imagen vale más que mil palabras (aunque a veces les dé por enrollarse)

The Urge to Wander

Angel Sotelo

Manoli Rizo

Dervish Images

Categoría ninguna de las anteriores

Ibone Olza (medicina)

El sonido de la hierba al crecer (autismo)

No me da tiempo ni de contarlos ni de informarlos a todos así que si os cruzáis con ellos por la blogosfera, ¿me haréis el favor de correr la voz? Es que últimamente ando con un poco de prisilla. ¡Gracias!

19-s: Las vacaciones

Se supone que hoy os tenía que hablar de las vacaciones que no he tenido. Lo más que tuve fue un fin de semana de cinco días al final de Ramadán que no salió tan bien como me hubiera gustado. Todavía estoy dándole vueltas a la entrada para ver cómo os engaño y os hago creer que, en realidad, mi fin de semana en Dana no estuvo tan mal. Cuando eché tres libros de lectura y el alfabeto árabe en la maleta pensé que estaba siendo un poco optimista. Me hubiera encantado equivocarme. En cuatro días (las horas de viaje no las cuento) me dio tiempo a leérmelos todos (y ninguno me gustó demasiado, todo sea dicho de paso) y aprenderme el alfabeto árabe, algunas de cuyas letras todavía se me siguen resistiendo. Quiero pensar que es porque no les echo las horas de estudio suficientes, pero seguramente es porque tengo más de tonta que de lista.

Mientras leía las entradas sobre las vacaciones de los demás y envidiaba el ingenio del algun@s, me venían algunas ideas a la cabeza:

Mi experiencia con el gerente de la casa de huéspedes en la que me alojé en Dana que, todas las santas noches de dios, venía a las horas en las que una anda ya en bragas y con las tetas besando el suelo a ofrecerme un “té de bienvenida” para colarse en mi balcón, y que consiguió sacarme de mis casillas en un tiempo récord.

Las vacaciones familiares, que eran todos los años al mismo sitio y en las mismas fechas: navidad, semana santa y verano. Cuatro horas de carretera en las que yo me quedaba frita porque, de todas formas, mi padre tenía como norma no hacer paradas, así tuvieras la vejiga a punto de estallar. Y, cuando conseguíamos que parara (“papaaa, que no me aguantooo”) había que soportar el odio en su mirada porque habíamos perdido, por lo menos, diez minutos.

Aquel día en que, después de rogarle mucho, mi padre decidió llevarnos a la sierra a ver la nieve, que no la habíamos visto nunca. No se me olvidará la cara de excitación de mi hermana pequeña durante todo el trayecto, ni la cara que se nos quedó a las tres cuando mi padre, a unos metros de la nieve, paró el coche y dio media vuelta. “Yo sólo dije que íbamos a ver la nieve, no que nos íbamos a bajar del coche”. Todavía nos partimos de risa en casa cuando nos acordamos de la anécdota, aunque en su día no nos hiciera ni pizca de gracia. Y es que mi padre, a cabrón, no le gana nadie.

– «Sabe que lo odio»

Mi viaje a la Depresión de Danakil, en Etiopía, que os tengo que contar algún día porque fue increíble. A ver si saco tiempo… y me acuerdo.

Nuestra creencia cultural de que el verano equivale a vacaciones. Exceptuando el verano pasado, en el que pasé por casa porque estaba entre contrato y contrato, yo hace años que no me pillo vacaciones en verano. Soy una insociable. Odio las multitudes. A mí me gusta ir a mi bola y que me dejen en paz. Prefiero viajar en temporada baja, aunque el tiempo no acompañe, con tal de no aguantar a los grupos organizados ni hacer cola.

Así que como no sé muy bien de qué hablaros (en realidad yo quería contaros que hoy he aprendido una palabra super chula: “sexting”, que significa mandar mensajes o fotos eróticas por sms) y tanto hablar de mi padre me ha despertado mi vena asesina, aquí os dejo una canción de Albert Pla, de su álbum Supone Fonollosa, el mejor de todos los que he escuchado suyos.

Ya te dije, Nergal, que me ibas a catear. Creo que es la primera vez que me dan un “NM” («necesita mejorar»).

PD. Esta entrada es en respuesta a la invitación de Nergal de hablar hoy, 19 de septiembre, de nuestras vacaciones, ¡cómo si no tuviéramos nada mejor que hacer jaja!

Entre risa y risa

Creo que se llamaba Víctor. Por lo visto, un día le miré en la cantina del trabajo y le sonreí. En ese mismo instante le empecé a gustar. O, al menos, eso fue lo que él me dijo. Yo no recuerdo ese momento ni mucho menos haberle visto antes. Pero, si él lo dice, será verdad. Los treinta y siete minutos que duraba el descanso nos los pasábamos mis compañeras y yo muriéndonos de la risa. A veces no nos daba tiempo a terminar la comida. Es posible que entre risa y risa echara un vistazo desinteresado a lo poco que ocurría a mi alrededor y que él estuviera en mi campo de visión. Da igual. Te regalo esa sonrisa, Víctor. Ésa, y las que vinieron después.

Un día se acercó con sus dos amigos a nuestra mesa y nos pidieron si podían sentarse con nosotras. Nosotras aceptamos, divertidas. Aquello se convertiría en una costumbre intermitente. Nos reíamos mucho con ellos. Nunca de ellos. Nos confesaron que presumían entre sus compañeros de fábrica de ser los únicos que eran amigos de las “chicas de la oficina” y que a los demás les daba envidia. Un día, después de comer, decidimos aceptar la invitación de ir a ver donde ellos trabajaban. Corrieron a saludarnos, con orgulloso de madre, y nos pasearon por su fábrica como si fuéramos un trofeo.

A veces, las risas del mediodía se aplacaban con confidencias que nos dejaban la boca pastosa. Las burlas de sus compañeros de trabajo, el tipo de contrato de formación que tenían, la esperanza, hasta el último día de contrato, de que les renovaran… Víctor me pidió si podía venir a mi despacho a despedirse de mí. Aquel día cambió su atuendo para no desentonar con los que trabajábamos delante de un ordenador. A mí aquello me produjo un cosquilleo en la punta de los dedos de los pies. Nos despedimos sabiendo que, a las cinco, como cada día, nos encontraríamos en el autobús de empresa que nos dejaría en Plaza Castilla. En el trayecto me contó la vida que había vivido hasta entonces y la que viviría ahora que se había quedado sin trabajo. Lo hizo con la madurez que pertenecía a un chico de su edad y que el mundo se negaba a reconocerle. Antes de coger el metro me abrazó y, mirándome a lo ojos, muy serio, me dijo: lo que me gusta de ti es que no me tratas diferente; me tratas como a los demás. Yo me marché con el corazón húmedo y la certeza de que nunca más le volvería a ver.

Me equivocaba. Hoy te volví a ver, Víctor (sí, te llamabas Víctor), mientras preparaba una misión de apoyo al Líbano para recopilar historias de beneficiarios de uno de nuestros proyectos. Te llamabas Abdullah, y seguías siendo aquel joven con una ligera minusvalía intelectual que se quedó sin trabajo después de su formación como mecánico. Doce años más tarde, tu recuerdo volvió a humedecerme el corazón. Ojalá te vaya bonito, donde quiera que estés.

PD. Recuerda la invitación de Nergal el 19 de septiembre, ¡tod@s a hablar de nuestras vacaciones!

PD2. ¡Y no te olvides que a partir del 14 de septiembre tienes una cita de tres días en Guadalajara con el Titiriguada! Aquí te dejo la programación para que vayas abriendo boca: teatro sensorial para bebés, cabaret poético, talleres, pasacalles y mucho, mucho color. Hazte amig@ de ell@s en facebook.

Luna, lunera…

Estaba cansada, pero aun así me había obligado a ir. Tenía pendiente “Bowling for Columbine” de Michael Moore desde que se estrenó. Además, las vistas del cine al aire libre de la Royal Film Commission no tienen desperdicio.

El documental no acababa de engancharme así que dejé que los fuegos artificiales cosquillearan mis pupilas. Acaricié las ruinas iluminadas de la Ciudadela con mis ridículas pestañas y justo cuando iba a darle otra oportunidad a la pantalla, la vi. Enorme. Besando el horizonte. Vestida de rojo tímido.

Google dice que existe una explicación científica al respecto. Yo no lo pongo en duda, aunque prefiero pensar que la luna se había puesto roja de vergüenza, por culpa de tanto guiño de desconocid@s. Si no sabéis de lo que hablo, preguntadle a Alterfines.

¿Alguien más la vio? 

Fotografía cortesía de Arturo Macias (www.artzphoto.es)

PD. Siempre se me olvida invitaros al reto de Nergal. El 19 de septiembre hay que publicar una entrada sobre nuestras vacaciones, y luego dejáis el enlace a vuestra entrada aquí.

El billete y la maleta

– ¡Que te tienes que bajar en la siguiente parada, te digo!

El tono de aquellas palabras me dolió como si me las hubieran clavado a mí.

– Este billete no es válido. Te bajas en la próxima y punto.

Le hablaban a un chico de mi edad con un español muy limitado. Su aspecto era magrebí. Su acento, francés. Ese revisor ya me había caído gordo cuando me subí al tren y no quiso ayudarme a subir la maleta al compartimento superior. De malos modos me había dicho que la pusiera al lado de la puerta, que no pasaba nada. A pesar de que la idea no me entusiasmaba, accedí resignada.

– No se puede viajar entre vagones. He dicho que no y es que no.

Suspiré, me levanté y me acerqué a ellos.

– ¿Puedo ayudarte? – le dije al chico en su idioma.

Me explicó que tenía un billete interrail y que no entendía por qué no podía viajar en este tren.

– Este tren es un Intercity – me escupió el revisor– y su billete no vale para este tipo de trenes. Ya le he dicho que se tiene que bajar en la siguiente.

– ¿Es la única solución? – le pregunté incrédula – Es pasada medianoche.

– Si no, que pague la diferencia – dijo de un bufido.

El chico me dijo que sólo llevaba francos encima.

– ¿Cuánto es?

– Quinientas pesetas.

Hay que joderse, pensé. Es capaz de dejar a este chico en un pueblo perdido a las mil y gallo, en pleno invierno, por quinientas míseras pesetas.

El revisor cogió mi dinero con cara de desaprobación, le dio al chico su justificante y se marchó con paso agrio. El chico me dio las gracias mil veces. Puede que dos mil. Tenía un acento cerrado y los ojos entrada la noche.

Llegamos a Hendaya con los primeros rayos de luz. Me levanté despacio, dolorida. Me dirigí hacia la puerta a coger mi maleta. No estaba. Miré a un lado y a otro. Igual alguien la había cambiado de sitio. No. Definitivamente se la habían llevado. ¡Mierda de revisor!

En ese momento de mala hostia y confusión apareció el chico para volver a darme las gracias. Mi desconcierto era demasiado evidente como para pasar desapercibido. Insistió en acompañarme a la comisaria, esperó paciente conmigo a que abrieran y me ayudó a poner la denuncia. Siempre sonriente.

Hicimos las presentaciones y nos despedimos. El estudiaba en Estrasburgo y yo, en Toulouse. Me estuvo llamando durante meses con una frecuencia decadente. Un día, sin darme cuenta, dejó de llamar.

Después de todo, no teníamos nada en común.

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Día Internacional de la Solidaridad

Y tú, ¿me cuentas tu historia?

Hasta la fecha

Ella era la única persona a la que escribía por obligación. Supongo que lo hacía para evitar futuros calentamientos de cabeza durante mis apáticas visitas. Y para no alimentar envidias con la otra. Pero nunca por amor.

Un día me pidió que abriera un cajón para llevarle algo. Allí estaban todas las cartas que yo había mandado a lo largo de los años. Tristemente apiladas. E intactas. Le pregunté por qué nunca se había molestado en abrirlas. Me contestó que porque no sabía leer.

¿Por qué nunca antes lo había mencionado? ¿Por qué nunca pidió a nadie que se las leyera? ¿Por qué ni siquiera rompió el sobre para ver si contenía fotos o postales? ¿Para qué las guardaba? ¿Alguna vez se había preguntado, o habría preguntado, quién era el remitente?

Me di cuenta de que estaba ante una desconocida.

Nunca más volví a escribirle.

Años más tarde, cuando me cansé de dar besos y abrazos no correspondidos, también dejé de ir a verla.

Y hasta la fecha.

PB220170