El polvo

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cateto

No era posible. ¿el Flanagan? ¡Hay que joderse! – pensó. Qué pequeño es el mundo.

– ¿Flanagan?

– ¿Merikeit?

– ¿Lahohtiapijonenecuandohasvenío?

– Acha, la semana pasáa

– ¿Ande te quedas, nene?

– Anca la del Popeye.

– Mardoló tedé, que te podíah habeh quedao en mi casa.

– Cá, no pasa ná. Amoh a darnoh una güerta que he venío en mi amoto.

– Mejoh amos a tu hotel y noh echamoh un quiqui poh loh viejoh tiempoh.

– Enga, que echo de menos los años anque me llevabah asobacao con tanto porvo.

Y allí que se fueron el Flanagan y la Marikeit a un hotel de mala muerte para darle al tema. Estaban ellos dale que te pego, pego que te dale, cuando de repente, entre el “aaay” de ella y el “sigue, sigue, no pareh” de él, alguien abrió la puerta de la habitación de una patada.

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